Diario de una filóloga arrepentida

jueves, julio 20, 2006

Mi casa es una gymkana

Que sí, que dirán que estar cerca de la muerte te cambia la vida. Pero los que dicen eso… es que nunca han estado con la casa en obras. Eso sí que te cambia la vida, la escala de valores y todo lo cambiable.
El tema de que te digan que van a trabajar en un trocito, pero acabe la casa entera empantanada, bueno, eso se da por hecho. Uno se va preparando psicológicamente semanas antes. Y lo de que haya que cortar siempre la luz, da igual que cambies las tuberías, el suelo de la cocina o las puertas, pase también, aunque eso ya jode un poquito más.
Pero levantarse inocentemente a las 9 y media de la mañana en plenas vacaciones, salir de tu cuarto, que es el último del pasillo, y encontrarte con que hay dos sillones obstaculizandote el paso porque tus padres opinaron que ese era el lugar donde MENOS MOLESTABAN mientras se cambiaba el suelo de la sala… eso no es ni humano, fijáos bien lo que os digo. Eso es crueldad y mobbing en el hogar y sabe Dios qué más.
Y ahí, con la legaña puesta, el pantalón del pijama, una camiseta de tirantes que se da de puñetazos con el color del susodicho pantalón porque la parte de arriba es de manga corta y con este calor no se puede y dos sillones en fila india que ocupan prácticamente la totalidad de la anchura del pasillo. Ponte a pensar en soluciones, sí, sí. Te olvidas de remilgos y te planteas que desayunar es más importante que tener dignidad. Recuerdas que de pequeña eras bastante garrula y te subías a los árboles e, inspirada por tan bellos momentos de tus años jóvenes… saltas el primer sofá cual concursante del Grand Prix. En medio de los dos, respiras para coger impulso (porque, para más inri, el polvo de la obra está consiguiendo empeorar tu asma), tiras las chanclas al otro lado porque acabas de ser consciente de que tu madre te reñiría si te viera pisando los sillones con ellas y, justo antes de lanzar una pierna por encima del respaldo, eres consciente de lo muchísimo que hay que sufrir para conseguir un triste vaso de zumo y una galleta del príncipe (de bekelair, no de felipín, ese de momento no vende accesorios de desayuno, aunque dale tú ideas a la Casa Real para sacar tajada… en fin). Sientes el esfuerzo de Carl Lewis durante el último metro de la carrera, la tensión de Valentino Rossi en la última curva y, cuando ya estás a medio camino de tu objetivo, un dolor de estómago parecido al de Materazzi ante Zidane por el impacto contra el respaldo.
Por fin apareces al otro lado dolorida, con una sola chancla, recordemos que aún con un aspecto lamentable, aunque más descolocada y despeinada que antes de iniciar tu particular gymkana. Tu madre se da media vuelta y te dice: “Uy, vidi, ¿cómo llegaste?” Te pasas la mano por la frente para secar el sudor y sentencias: “Saltando, mamá. Saltando.”
Posted by la_filologa :: 12:21 p. m. :: 4 Comments:

Postea un comentario o cotillea los de los demás

---------------oOo---------------