Diario de una filóloga arrepentida

martes, junio 20, 2006

No soy yo: es un holograma

El viernes noche después de cenar, en pantalon de pijama y lo suficientemente cansadita como para haberle rechazado a Alba iamsogreat una cerveza, una llamada telefónica me pilló con la guardia baja… y dije que sí a lo que no debía.
(móvil que suena, es desde el de mi tía)
- Hola tía, dime.
- No, soy tu prima. Jijijijiji. ¿Estás muy apurada ahora? Jijijiji (más jijijis de fondo de sus amigas en pre-edad del pavo)
- No. Acabo de cenar ahora mismo y no voy a ningún lado. ¿Qué quieres? (yo sabía que algo ocultaba, aunque no me imaginaba eso)
- Jijijiji. Es que… A le dijo a B que me pidiera que lo llamase por teléfono. Y antes lo llamé, descolgó, jijijijiji, le dije que yo era N y jijiji, colgué porque no podía decir más. Jijijijijijijijijiji
- ¿Quién es A?
- Uno de mi clase, da igual. Jijijijijiji. ¿Qué hago? Jijijiji.
- (hago de consultorio sentimental para niñas de 12 años lo mejor que puedo, ¿vale?) Pues para empezar, dejas de reirte como si estuvieras tonta. Luego, lo vuelves a llamar. Le dices que eres N, que tu madre se acaba de cambiar de móvil y te confundiste al darle a una tecla, así que cortaste sin querer. Y le preguntas que para qué quería hablar contigo. Ya está.
- Jijijijiji. Oyeeeeeeee, ¿me puedes traer mañana la Superpop, que hoy se me olvidó comprarla? Jijijijiji.
- Sí, sí, lo que sea.
Cuelgo. Reflexiono sobre las consecuencias de mi última respuesta. ¡MIERDA! ¡QUE MAÑANA TENGO QUE ENTRAR A UN KIOSKO A COMPRAR LA SUPERPOP! La vergüenza del día siguiente se cierne sobre mí. Mientras desayuno, trazo un plan. Con sus lagunillas, eso sí. La instrucción número uno es: bajo ningún concepto comprarla en un kiosko de mi barrio. La número dos: llevar bolso grande para ocultarla lo antes posible. Me encamino hacia la casa del niño al que le doy clase (de la quinta de mi encantandora y superpopera prima N) y, de la que voy, me encuentro un kiosko de bruces. Decido que voy a tener que pasar el mal trago antes o después, así que me planto en la entrada como mirando las revistas de afuera.
Mientras, reflexiono sobre cómo voy a entrar. Tengo que dejar claro que no me voy a comprar ESO para mí. Y que es contra mi voluntad. Me llego a plantear decirle al kioskero:
- Dame la… eeeeh, espera un segundo. (miro un sms ficticio en el móvil) La Superpop esa.
Descarto ese plan por tonto y porque el kioskero ya me ha visto mirando el móvil fuera, sería de tontos volver a mirarlo dentro. Al menos he hecho una cosa bien: escoger un kiosko pequeñito y esperar a que salga la persona que había delante de mí. Bueno, y rezar para que no entrase nadie detrás. En caso contrario, ya me imaginaba como en esas famosas escenas de película/serie en las que un jovencito va a comprar un paquete de condones a la farmacia y, encontrandosela llena, va dejando colarse a unas 30 personas. Cuando no tiene más remedio que llegar al mostrador, le dice bajito al farmacéutico: “Dame mmm…. un paquete de Durex”. En ese momento, el farmacéutico, inseguro sobre sus existencias, le bocea a su compañero en la rebotica: “MANOOOOLOOOOOOO, ¿¿¿nos quedan cajas de Durex??? ¡¡¡SÍ HOMBREEEEEEEE, LAS DE CONDONES!!!”
Pues amigos míos, yo me imaginaba una escena similar, pero en mi compra kioskera. Imagináos,según entra un tropel de clientes, el grito de: “MANOOOOOLOOOO, MIRA A VER EN EL ESCAPARATE SI NOS QUEDA LA SUPERPOOOOOOOP, QUE ESTA CHICA LA QUIEREEEEEE”
Al final, mi épica compra terminó con tartamudeos simulando que no me acordaba del nombre de la revista, en plan: “Dame… eeeeeeeh, la… la Superpop. Si es que me mandan a comprar cosas y luego se me olvidan. Jijijiji”. Mi vergüenza en ese momento era de tal calibre que con tal de alejar a mi persona de la compra de semejante engendro traumatiza-adolescentes, estaba dispuesta a poner como excusa que un extraterrestre me había abducido o algo en plan: “No soy yo: es un holograma”
Pero mi aventura superpopera no quedó ahí. Que va. Aún faltaba la guinda del pastel. Salgo del kiosko disparada, con tanto ímpetu que se me olvida guardar la revista en el bolso. Llego a casa de mi alumno, dejo la revista tal cual encima de la mesa, me pongo a corregir sus deberes y él la ve. Se le desorbitan los ojos y siento que, o le aclaro el tema, o no volverá a creer nada que le diga sobre el inglés (como para fiarse de alguien que en cuarto de carrera aún compra la Superpop)
- “No estoy chiflada. En serio. Ayer me llamó mi prima para que se la comprase y…” (miro por primera vez la portada desde que salí con apuro del kiosko) “Uuuh. ¿Cómo puede haber degenerado esta revista así? Buuuh, que horterada… No se la compro más, a ver si se me traumatiza.Buuuh”


Ojo al titular “chicos contra chicas: así nos lo montamos en el baño” - literal


Posted by la_filologa :: 9:36 p. m. :: 6 Comments:

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