Diario de una filóloga arrepentida

viernes, junio 30, 2006

El romance de Katia-Vanessa: capítulo final

Pasaban cinco minutos de las 9 de la mañana cuando Katia Vanessa abría cuidadosamente la puerta del salón de actos con la charla ya empezada. La mirada se le entristeció en pocos instantes, cuando se dió cuenta de que él aún no había llegado. Aunque extrañadas por su tardanza, las perens no perdían la esperanza. Sin embargo, en cuestión de una media hora, Katia Vanessa recordó un hecho clave que se les había escapado. La tarde anterior, su amado David Janer informático se había quedado esperando al director del curso para comentarle algo. La risueña filóloga notaba cómo su corazón se ensombrecía al darse cuenta de que todo encajaba y sus sospechas no podían ser peores: “No podía venir hoy, estaba claro. ¿Cómo iba, si no, a ir a contarle algo al director? Él no habla por hablar. DIOSSSSSS, deberíamos haberlo sabido. ¿Cómo pudimos no notarlo? Si incluso se quedó aquí después de que pasara el libro de firmas: era evidente”, se lamentaba la dama abandonada.
La hora y media de clase se le hizo eterna, mientras se hundía amargamente más y más en el sillón. Sólo quedaba la entrega de los resultados de los tests y la de los diplomas. Las perens luchaban porque Katia Vanessa no se derrumbara al oír su nombre y ser más consciente que nunca de su dolorosa ausencia. Sin embargo, descubrieron que el vínculo del amor seguía ahí, manteniendolos más unidos de lo que creíamos. Ante la entrega de tests y nuestra insinuación de que recogiese el suyo, Katia Vanessa respondió: “No puedo, seguro que lo entregó sin nombre”. Y, efectivamente, como si su amado se lo hubiese transmitido por telepatía, el profe no lo nombro y asumimos que se encontraba, como ella bien había dicho, en el montoncito de los tests con dueños olvidadizos. El momento de entrega de diplomas fue aún más duro para nuestra valiente heroína. El director del curso vagaba sin rumbo de adelante a atrás del aula repartiendolos con poco tino: se las arreglaba para nombrar a alguien de atrás siempre que estaba delante y viceversa. Con el desconcierto y ante la falta de respuesta no tuvo más remedio que repetir dos veces el nombre del gran amor de Katia Vanessa, mientras ella superaba todos los límites del dolor. Afortunadamente, siguió adelante en el orden alfabético y el curso se dió por terminado con un aplauso. El director se dispuso a comentarnos algunas puntualizaciones antes de que nos levantásemos, mientras la peren escritora ponía en palabras lo que expresaba la melancólica mirada de su fiel amiga: “Es tan corto el amor y tan largo el olvido…” Las tres se disponían a marcharse lo más pronto posible del lugar que tan feliz había hecho a Katia Vanessa en otros tiempos y tan desgraciada la hacía ahora. Y entonces…


entonces se abrió la puerta, las perens miraron atrás y se les paró el corazón por un segundo. Era él que venía, incluso después de los aplausos de final del curso, cual caballero andante en busca de su dama. El aula entera contuvo la respiración mientras se acercaba una vez más a su fila y, entre maletines, bolsos, chaquetas y mochilas, hacía camino hacia su asiento sólo para estar 5 minutos más al lado de Katia Vanessa. ¿Cómo expresar la vida que cobró de nuevo el dolorido corazón de la joven filóloga? ¿Cómo resumir su sonrisa tras el último roce de brazos en los sillones? Cuando la peren escritora se planteaba incluso inventar algo nuevo para dar un final mínimamente… bueno, existente a sus lectores, ocurrió aquello. Un final soberbio, impactante. El momento más clave de la historia de la ficción desde aquello de “Luke, yo soy tu padre”. Y esta humilde autora llegó a la conclusión de que, efectivamente, tenía el honor de narrar la historia de amor más grande jamás contada porque nada, nada de lo que hubiera podido inventar habría superado a los hechos ocurridos en realidad.
EPÍLOGO
Las perens hacían tiempo en el vestíbulo mientras una de ellas esperaba a una amiga que tenía un exámen allí. Mientras hablaban alegremente, el joven galán apareció de nuevo,ya con su título debajo del brazo. Con su título y un buen taco de fotocopias. Fue tan impresionante aquello que la peren aleteadora y la peren escritora estuvieron a punto de irse discretamente. Por primera vez en cinco días, vimos como el joven dirigía frases ya no sólo con sujeto, verbo y complementos, sino también adverbios, subordinadas y Dios sabe cuánto más. Boqueabiertas ante ese derroche expresivo por su parte (vino a soltar al menos, al menos, 5 frases enteritas) y, antes de que se despidiera de las perens en general y del amor de su vida en particular, ocurrió un momento especialmente bonito que quisiera compartir con vosotros. Katia Vanessa, con una sonrisa que era incapaz de quitarse de la boca, le indicó que, además del diploma, nos habían entregado los resultados de los tests. “Ya, ya”, le contestó él, tímido, “pero yo no lo puedo recoger porque al mio… no le puse nombre.”










"Katia Vanessa, estaba tan concentrado en amarte con todo mi ser, que se me olvidó que en los trabajos de entregar hay que poner nombre.”
Posted by la_filologa :: 12:13 p. m. :: 7 Comments:

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