Diario de una filóloga arrepentida

domingo, mayo 07, 2006

Mi noche con Dani

En cuanto me enteré de que Ernesto Sevilla y Dani Mateo actuaban este sábado en Gijón, lo tuve claro: éso no me lo perdía, a pesar de la crítica poco constructiva de mi madre: “¿¿No irás a ver a los atontaos esos de Albacete que están hasta en la sopa??” “No, mamá, no pluralices, que sólo viene uno de esos”. Así que el jueves mismo al llegar de la facultad y aún sin siquiera un posible acompañante, me acerqué a la tienda Tipo a por mi entrada. Tan feliz iba yo tras comprarla, que se me olvidó volver por la misma calle por donde había venido. Tuve que resignarme a quedarme sin mangar el cartel que promocionaba la actuación pegado en la parte de afuera de un escaparate en mi camino de ida. Que era en plan souvenir; no robar por vicio, a ver si nos entendemos. Es lo que tiene haber crecido en un barrio conflictivo: algo siempre se te queda.
En fin, que pasó el jueves, el viernes y llegó el sábado por la mañana y aquí tenemos a nuestra protagonista (vamos, yo) aún sin acompañante. Y venga excusas: que si tengo muchos exámenes, que si esa noche es el concierto de Sabina y la entrada me costó un cojón, que si estoy estudiando en otro país, que si me acaban de operar para sacarme las 4 muelas del juicio… Todo así. Durante la tarde, la cosa se fue arreglando: colamos a Alba iamsogreat en el Fondo Norte del Molinón porque su amiga no había podido venir y, durante el E-MO-CIO-NAN-TÍ-SI-SI-MO Sporting-Eibar (¿Hay-Bar?), Alba decidió que sí, que era definitivo: esa noche me acompañaba a la actuación. Inciso: cada día que pasa me estoy volviendo más despiadada con respecto al fútbol. Me he hecho fiel al “si tu equipo no hace nada para emocionarte, al menos alégrate de las desgracias ajenas” y todos en unión les cantamos a los eibarreses aquello de “A segunda B, a segunda B, aaaaa segunda BEEEEEEEEEE”. Esta tarde se confirmó que sigo en ese plan. Mi padre, que estaba escuchando Carrusel en la radio, asoma la cabeza por la puerta de mi habitación, diciendo (literalmente):”Que alegría, que alboroto… el Cadiz ya está en Segunda”. Mi respuesta (debe leerse en el tono más seco posible): “QUE SE JODAN”. (FIN DEL INCISO)
A las 9 salimos a carreras del estadio. Y yo venga a subir cuestas (¿he dicho alguna vez que a mi barrio no hay manera de llegar sin subir una cuesta, vengas desde donde vengas? Pues si es desde el campo de fútbol, más.) A las 10, era la actuación. Comerse un bocadillo mientras te cambias de camiseta y te peinas suena ciertamente más fácil de lo que es en realidad. Me dispongo a llamar a un taxi. Comunica. Voy a la parada. Ni uno. Caigo en la cuenta: “¡¡Me cago en Sabina!!” Bajé la cuesta a toda leche, murmurando: “Claaro, ¿cómo va a haber taxis? Con la cantidad de puretas que irán a ver a Sabina, no van a ir andando, que luego no aguantan de pie hasta que acabe el concierto. Si este señor no hubiese estado cascao cuando vino al otro concierto de Gijón, no estaría ahora haciendo éste, no estarían todos sus fans montados en taxi mientras yo tengo que ir caminando PORQUE A ALGÚN GILIPOLLAS SE LE OCURRIÓ PONERLO TODO A LA MISMA HORA”.
Llegué al local de la actuación con el tiempo justo y Alba, seria como si fuese a dar el telediario, me dijo: “Que sepas que no viene el guapo”. Yo (a esas alturas ya en tirantes, mientras todo el mundo a mi alrededor iba con sus buenas manguitas largas): “¿El qué? ¿QUÉ? ¿CÓMO?” “El Ernesto Sevilla ese, lo pone ahí”. “Ah, bueno, pues vale. Entramos“, solté, mientras suspiraba de alivio.
Ya dentro, encontramos un sitio desde donde veíamos perfectamente… la columna de delante. Dani presentó a Iñaki Urrutia. El pobre se lamentó de venir siempre a Gijón de sustituto de alguien: “Soy el Guti de la comedia” y empezó un monólogo sobre su pueblo con el que me reí mucho. A cada rato, yo le echaba un vistazo a Alba, por aquello que me había dicho de que estas cosas no le hacían mucha gracia (lo de los monólogos, vaya) y se reía de vez en cuando, así que decidí que tampoco se estaba aburriendo mucho. Tras la primera actuación de los dos monologuistas, se hizo un descanso, como dijo Dani: “Pa’ que os emborracheis ya del todo”. Creímos había estado muy bien escuchar los monólogos, pero eso podíamos hacerlo en casa con sólo encender Paramount Comedy y ponernos de espaldas a la tele. En la segunda parte, sin ánimo de ser exigentes, preferíamos un lugar donde viésemos a Dani e Iñaki. La columna ya nos la sabíamos de memoria.
Entonces, aprovechando la marabunta de gente que se levantó al descanso, nos avalanzamos sobre dos taburetes y, con disimulo (aunque no el suficiente, como se comprobó después), los pusimos un poco más lejos de su lugar original, y felices y en tercera fila, Alba sentenció: “Me parece que este robo ha sido demasiado fácil. No va a acabar así, no”. ¡Cuantísima razón tenía! Cuando ya estabamos tan tranquilas, apareció un chico exigiendo la devolución de las butacas. Pero nosotras nos resistíamos a dar el brazo a torcer: “Ah, no había nadie ocupándolas”. “Porque había ido al baño” “Bueno, chaval, pues te hubieses venido meao de casa. Y si tienes la vejiga floja, no bebes en este rato y ya ves tú que problema”. Al final, intentando poner talante en la situación, se las devolvimos al muy pesao, deseándole, eso sí, que se cayese de la puta butaca y se rompiera los cuernos. Desde el buen rollo, ¿eh?
Nos resignamos a ver la actuación desde la barra, que al menos nos quedaba el escenario de frente, aunque no se oyera muy bien y estuviesemos en medio del paso de todos los camareros del local (y eran muchos, seamos claros). El segundo monólogo de Iñaki acabó con dificultades, interrupciones y bastante coña. Dani le advirtió, en plan voz de Dios, que su autobús salía a las 12 y eran menos 20. Iñaki, cuyo papel de sustituto era el menor de sus problemas, nos confesó que no podía quedarse esta noche de juerga en Gijón y volver mañana en avión como los ricos, “como hace Dani Mateo…” Al día siguiente tenía actuación en la otra punta de España. No había más remedio, aunque el público se entregó en gritos de: “Quédate, quédate”. Ya solo ante el peligro, Dani retomó el mando del escenario, contandonos anéctodas infantiles de sus veranos en Santa Pola. Pero, como siempre, lo bueno se acaba. Con una despedida cariñosa, Dani dejó un escenario que creo que le marcará eternamente: esos carteles luminosos de “NO FUMAR… FUMAR. GRACIAS… GRACIAS”, esas cortinas que puede que lleven allí desde que mis padres iban a esa discoteca… eso no se olvida fácilmente. Lo ha marcado para el resto de su vida, estoy segura.
Alba y yo nos lanzamos, con los pies destrozados, sobre las primeras butacas que encontramos: ¿dónde estaba aquel cabrón ahora para echarnos? ¿dónde, eh? ¿dónde? Nuestra felicidad y nuestros pies descansados no duraron más de 10 minutos. Un trabajador del lugar nos invitó amablemente a abandonar la sala y nos arrastramos, como buenamente pudimos, hasta el primer banco del paseo marítimo. Allí estuvimos viendo pasar a los primeros fans de Sabina que salían del concierto y criticando un poco al prójimo, que es una actividad que hace que se nos pase el tiempo volando. Tanto, tanto, que llegamos a oir ruidillo a la puerta de la sala y Alba me dijo: “¡Míralo, si es el éste que te gusta!” “Que va, no. Uy, que sí” “Sácate una foto con él” “No” “Voy y se lo digo, ¿eh?” “Que no y que no y que NOOOO” (tozuda como yo sola). No dejaba de imaginarme a mí misma y mi bocaza, contándole que cuando me sacaron la muela del juicio, todavía bajo los efectos de los calmantes y ociosa perdida, puse en el Google (qué gran invento) “Dani Mateo” y, cuando me quise dar cuenta, me había hecho de su club de fans. Porque, ¿qué cara se le queda a uno cuando alguien le dice que es de su club de fans? Suena un poco chungo si lo piensas, ¿eh? En fin, que nos limitamos a hacer el capullo en versión pararse a hablar por el móvil mientras lo veíamos pasar y Alba, poco a poco, se unía a mis apreciaciones sobre Dani Mateo. Sobre todo, después de que minutos antes se enterase, para su grandísima sorpresa, de que sólo tenía 26 años: “¿¿26?? ¿¿¿26?? ¿Sólo? ¡No me jodas! ¡Si podría ser mi novio! Bueno… o el tuyo. Por edad, quiero decir”. Como casualmente íbamos en la misma dirección durante un breve trayecto (no porque fuésemos persiguiendolos ahí como dos pedazo de frikis), vimos que las tan odiadísimas adolescentes minifalderas lo reconocían por la calle y lo llamaban ahí a voces desde lejos. Mientras las dos nos tomabamos nuestra merecida caña a un euro en un bar heavy, reflexionamos sobre ese hecho: estaba claro, lo que les pasa a estas niñas es que han visto demasiado “Los hombres de Paco”… ¡qué juventud ésta!
Posted by la_filologa :: 4:45 p. m. :: 11 Comments:

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