Diario de una filóloga arrepentida

jueves, agosto 24, 2006

Diario de una curranta

Venga, chicos, ánimo y sólo uno más. Con este post prometo dejar de dar la lata con mi trabajo veraniego. Allí me ví obligada a relacionarme con diferentes tipos de personajes, que paso a relatar.
Por un lado, están los compañeros:
Jefecillo: dos años mayor que yo, aunque desde que el primer día confesó desconocer el mecanismo de una plancha, tuve claro que estaba más o menos a la altura de mi prima de 3 años. Cada día llega un poco más tarde porque es hermano del dueño de todo eso, así que no le van a echar y le trae todo al pairo. Pasa la inmensa parte del tiempo intentando aparentar que está currando... o algo mientras la Rottenmeier anda por la zona. Cuando ella se va, su máximo de trabajo consiste en doblar dos camisetas cada media hora, aún si la tienda está llena de gente y sólo yo estoy atendiendo. Lo único útil que hace es encargar los pedidos y transportar y abrir las cajas que los contienen. Desgraciadamente, hasta ésto supone un problema. Desde el respeto y el aprecio por todo tipo de estéticas... mmm, vale, ¿cómo decirlo? El hecho de que cada vez que se agachase para abrir una caja enseñase el culo ahuyentaba a la clientela. Y no digamos al resto de dependientas. Deberían habernos pagado un plus por visiones desagradables continuadas. Que yo entiendo que los pantalones van caídos y lo que quieras, pero los calzoncillos mucha marca, mucha marca, pero no se mantienen en su sitio cuando más necesarios son.
La Rottenmeier. La primera de las dependientas y la que lleva la voz cantante. Su experiencia de 15 días en la Feria del año anterior la dota de voz de mando. Es amiga de la hermana mayor del Jefecillo y esta es la razón para que él haga que trabaja delante suyo. Manda, manda y manda y, por muy amable que intente ser con los clientes, tiene cara permanente de mala leche. Sus propias amigas, que tambíen trabajan en la tienda, le han puesto semejante apelativo. En el fondo, es más maja de lo que parece.
La simpática. Superamable, supersonriente, te saluda todos los días con sonrisa de oreja a oreja y te pregunta qué tal, un cielo de mujer. Por eso mismo te deja planchada al soltarte una bordería del quince cuando tú sólo pretentes ayudarla en algo. Entre sonrisa y sonrisa, la oyes rajar de la de enfrente, del jefecillo, de los clientes y del amigo del jefecillo. Sumando a éso la bordería, eres consciente de que puede que en tu ausencia, el objeto de rajado seas tú. En el fondo, no es tan maja como parece.
El amigo del jefecillo. Llegó, ya con la Feria empezada, para "echar una mano La labor del chaval consistía en pasarse el día en la caja, hubiera gente o no, tirarles los tejos de forma muuuuuuuuuuuy patética a todas las chicas que pasaban por allí y darle una excusa al jefe para estar entretenido. Muchas veces llegaban juntos, lo que implicaba que era al menos una hora tarde. Hasta que no estuviesen allí, la Rottenmaier y la simpática, que llevaban desde por la mañana en el stand, no podrían ir a comer. A ellos se la traía floja y cada día más. Se han registrado casos en los que aparecieron dos horas y media tarde. Cuando ellas volvían, ellos dos se marchaban a comer durante mínimo tres cuartos de hora. Si sumáis el rato de comer, el llegar sistemáticamente tarde y la falta de actividad flagrante mientras estaba en el stand, comprenderéis las tendencias asesinas que me surgían cada vez que tenía que esperar que esos dos individuos volviesen de comer para poder tomarme mis únicos 10 putos minutos de descanso en 8 horas. Por si fuera poco, encima también nos amenizaba los días con su culo cada vez que se agachaba.
Y ahora pasemos a los clientes, que se dividen en los siguientes tipos:
- Las profesionales del rastro. No tienen NINGUNA intención de comprarte nada. Eso sí, entran a mirar. El problema consiste en que, para ellas, mirar incluye revolver todas las camisetas hasta que el estante se parezca a un puesto de bragas a 2 euros en el mercadillo. Por muy sutil y acertada que te parezca la indirecta de ponerte a doblar sus destrozos a su lado, no se apiadarán hasta que terminen con todos los montones.
- Los guardianes de la economía. Cuando los ves observando detenidamente las etiquetas, te acercas a ayudarlos porque supones que buscan el precio. Al decirles que las camisetas de niño cuestan 9 euros, te miran con los ojos como platos, te dicen: "¡¡¡¿¿¿NUEVE EUROS???!!!" y se van corriendo con un ímpetu que prácticamente les das las gracias por no haberte escupido.
- Los indecisos. Ante la pregunta: "¿Os puedo ayudar en algo?", su respuesta es: "Ay, nenina, no sé si llevar la roja o la azul". Intentas irte con disimulo, pero una vez estableces la conversación, ya estás perdida. Te tendrán con una camiseta en una mano y la otra en la otra durante al menos 15 minutos. Que la tienda esté llena de otra gente y los inútiles de tus compañeros estén de cháchara en la caja le da completamente igual. El dilema roja/azul es lo único que centra su atención en esos momentos.
- Los necesitados de apoyo. No están seguros de qué modelo elegir, ni de qué talla lleva el individuo. En general son agradables y te hacen caso en tus consejos. Sin embargo, tienen el defecto de alargar su compra hasta el infinito. Muchos de ellos son turistas, así que durante la compra van acordandose sucesivamente de primos, tíos y sobrinos varios a los que les haría ilusión un recuerdito de Asturias. Cuando por fin consigues llevarlos a la caja, se vuelven locos comprando llaveros para vecinos y familiares más lejanos .
- Los sobraos. Ante la pregunta: "¿Te puedo ayudar en algo?", siempre contestan que no, que se las arreglan solos. Tú sabes que sí que la necesitan, así que estás al acecho. Cuando los ves extendiendo una camiseta doblada, vuelves al ataque. Te dicen que sólo quieren ver la talla. En la otra mano, llevan una de las empaquetadas. Triunfal por tener la razón, les informas de que las tallas de ambas camisetas no tienen absolutamente nada que ver porque son de fábricas distintas. Te ofreces a enseñarles una igual que la que quieran llevarse para probar o mirar el tamaño. Cabizbajos, aceptan tu ayuda y no se atreven a rechistar más.
- Los imprecisos. Provocan conversaciones del tipo: "Yo quería una camiseta para una niña de 13 años." "Mmm, ya, señor, pero es que las niñas de 13 años son como los puñetazos, las hay de todos los tamaños" Al final, se llevan lo que les des y un ticket por si hay que cambiarlo en la tienda.
- Los impacientes. Les da igual que vengas del almacén, camiseta en mano. Les da igual que estés atendiendo a otro. Les da igual que estés esforzandote en explicarle a una persona de fuera la situación de la tienda a la que tiene que ir a por una camiseta que ya no nos queda. Ellos quieren que los atiendas y ya. Te interrumpen, te ponen su camiseta en la mano, se llegan a meter literalmente entre tu interlocutor y tú. Es mejor atenderles rápido que hacerlos esperar.
- Los forasteros con inquietudes. No se conforman con llevarse, tan felices, una camiseta de "antes muerta que sin sidra" a su lugar de origen. Además, en el stand descubren su curiosidad lingüística. "Falo como falaba'l mio güelu" los tiene especialmente cautivados (¿será por la aparición de la palabra "falo", que por las españas es otra cosa bien distinta?). Les llega al alma cuando se enteran de que significa "hablo como hablaba mi abuelo" y deciden que lo mejor es que se las traduzcas todas. Sí, una vez más, aunque la tienda esté llena de gente. Te las ves y te las deseas para explicarle a una señora de Murcia el significado real y metafórico de la expresión "Tira que libras".
- Los lingüístas autóctonos. También tienen como campo de estudio las camisetas en asturiano. Como son de aquí, se permiten hacer pequeñas correcciones con mayor o menor acierto. A veces hay que darles la razón, como con que debería ser "El que sea feu que faiga los recaos de nueche" o "Tira que libres", en vez de una versión churri-castellanizada que no es ni asturianu, ni español, ni nada. Otros cumplen el refrán de "nunca te acostarás sin saber una cosa más" literalmente, cuando comentan, en plan listillos, que "ho" está mal escrito en todas las camisetas. Poco sospechan que tras el mostrador tienen una filóloga (o casi) dispuesta a soltar una lección magistral sobre la diferenciación del "oh" castellano y el "ho" asturiano. Tiras de etimología, te sientes feliz de ser experta en algo y los dejas con la boca abierta.

Y hasta aquí llega la (muy, muy larga) caracterización de los personajes de mi stand. Pero lo prometido es deuda y no habrá más chapa con el asunto.

PD: ¿Os gusta el nuevo look de la página?
Posted by la_filologa :: 3:58 p. m. :: 7 Comments:

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