Diario de una filóloga arrepentida

lunes, marzo 20, 2006

Con la tensión baja y en un concurso de pajas

“Tienes la tensión baja”, dijo mi madre
“¿Baja?
“Sí, sí. Bien.”
“Pero ¿la tengo bien o la tengo baja? Quiero decir, ¿con baja te refieres a no-alta, dentro de los niveles razonables, o a baja, de baja, de que hay cadáveres con menos presión arterial que yo?”
“Si lo sé, no te dejo mirarla. Estás bien. Sana como una manzana. Si la tuvieras muy alta tendrías que ir al médico y te mandaría comer sin sal como Menganita la del quinto que no sé qué y no sé cuanto más”
“¡Uy! ¿Sin sal? Entonces si está baja, bien. Prefiero desmayarme y tal a malvivir en el mágico mundo de las comidas carentes de sabor”
Así concluyó nuestra conversación sobre el regalo-estrella de este año en San José. Mi padre, fiel a sus originales costumbres de cara a los obsequios festivos, le regaló a mi abuelo un tensiómetro. Entonces, toda la familia se reunió para probarlo, porque todo regalo con pilas debe probarse el mismo día en que se da y en grupo. El lunni amarillo que canta de mi prima de dos años, el tensiómetro de mi abuelo, lo que sea. La cuestión es ver que funciona, por si hubiese que ir a devolverlo con el ticket.
El tema de mi tensión baja me llevó a acordarme de la noche anterior, en la que me había vuelto a casa tal que a las 3 y algo de la mañana hecha una piltrafilla. ¡Vas para vieja, bonita! Ya no aguantas nada, ¡qué lástima de juventud!, etc, etc. Ya a las 2 era toda bostezos y si aguanté fue porque estaba presenciando un hecho histórico: el gran concurso mundial de pajas. Pajas, pajitas, cañitas, como las llameis. Esas cosas con las que se bebe de los vasos (a ver en qué estaban pensando vuestras mentes calenturientas). Entramos en un bar, nos sentamos tranquilamente y entonces lo vimos. Dos objetos volantes no indentificados elevaban sus lánguidas figuras hacia lo más alto de la techumbre del susodicho establecimiento. “¡Buaaa! ¡Un concurso de pajas! A ver quien llega más alto”, exclamó a voz en grito una de mis amigas, mientras yo anotaba mentalmente no dejarlas beber más. Acto seguido, comenzaron a animar a los emocionados competidores en tan magno evento, a aplaudir los triunfos cada vez que unían una paja más al trasto y a contener la respiración en plan “aaaaaaaahhh” cuando el invento estaba a punto de caer.
Entonces, justo entonces, fue cuando me encontré a un chico de mi peña. Me apresuré a salir del entuerto:
“No las conozco…” (miro hacia ellas) “Pero de nada. Yo iba caminando sola por la calle y se me pegaron”
El pobre me mira de soslayo, luego a ellas y finalmente, a mi otra vez. “Lo mío es peor. Yo conozco a los de las pajas. Bueno, creo que a partir de mañana, NO”
Posted by la_filologa :: 12:57 p. m. :: 1 Comments:

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