Diario de una filóloga arrepentida

martes, marzo 14, 2006

Mejor no ponerse enfermo...

Ayer, a las 8 de la mañana, conseguí a duras penas arrastrarme desde debajo de la manta y emerger a la superficie del mundo de los vivos. Armada con dos paquetes de kleenex y un abrigo poco adecuado a la actual temperatura, fui directa a mi clase de fonética. Podía haberme quedado en casa, ir hoy en el segundo grupo y haberme pasado el día en la cama moqueando. Pero fui. Sería la… ¿madurez?, un ataque de responsabilidad o yo que sé, algo raro. Salí de la academia feliz por haber hecho bien la transcripción oral a pesar de la repentina sordera catarril y casi, casi a carreras. Notaba como se avecinaba la catástrofe. El profesor malvado pasaría lista, cuando llegase a mí percibiría el estado semi-comatoso en el que me encontraba y, poco después, llegaría la tragedia. Sí, lo estaba viendo. Dejaría su libreta llena de As (ausentes) y Ps (presentes), me señalaría con su dedo acusador y diría mi nombre con intención de que resolviese el ejercicio. Yo sudaría en la tarima, siendo incapaz de explicar por qué lo había hecho así. ¡Oh! Y me pediría, como a Alba, que hablara más alto, para que me oyesen mis compañeros, y Chomsky, en algún lugar del mundo, notaría que le ardían las orejas porque alguien estaba destrozando su teoría. Y el profesor se reiría así, con risa de malo de películas de Disney. Ay. Al final todo se quedó en una paranoia producida por la fiebre y el profesor malvado seguirá esperando mejor oportunidad para hacerme sufrir en la tarima. Creo que, en el fondo, él también estaba acatarrado y me deja unos días más de margen, hasta que me vuelva a poner en forma.
Hoy, en otro de mis maravillosos, a la par que ilustrativos sobre la condición humana, viajes en autobús universitario, el cielo se abrió y Dios me obsequió con mi plato favorito de conversaciones ajenas: unos gilipollas detrás. Yo tenía la firme intención de avanzar en la lectura de un libro de Chaucer que debo terminar para mañana. Me situé en los únicos dos asientos juntos que quedaban libres y, cuando ya tenía la mochila tirada de mala manera e iba sacando el libro, la ví. Polo rojo, raya del pelo al lado en un estilo inconfundiblemente “porque-yo-lo-valgo”, collar plagiado a Lisa Simpson. Una pija. Recé para que no conociera de nada a la que se sentaba a su lado. Error. Conocía a la de al lado, a la de delante y a los dos chicos que se sentaban detrás mío, al otro lado del pasillo. Y ahí se pegaron el gran viaje, parloteando a voces y riéndose de cosas que sólo deben tener gracia en el universo paralelo en el que viven. Por mucho que insistí, terminé teniendo que abandonar al pobre Chaucer, cuyo relato era atacado sin cesar por las noticias de aprobados y suspensos en asignaturas a las que se referían bajo nombres tales como “anato”, “histo” y “fisio”. Me entraron ganas de soltarlos en mi campus y que se los comiese un estudiante de filosofía. Así, a sangre fría, sin compasión. Que en el fondo yo no pido que desaparezcan del mundo, que también tienen derecho a existir. Pero que existan haciendo menos ruído. ¿Es necesario, de verdad, que no contentos con tener una voz de por sí desagradable, tengan que proyectarla al mundo cual actores de teatro? En fin, hallándome yo en medio de semejante sufrimiento auditivo, llegué, como en la mayoría de mis aventuras autobuseras, a una conclusión que me hizo comprender mejor a la raza humana. Por fín entiendo a la gente que tiene pánico a ir al médico, por enferma que esté. Son personas normales, que en algún momento de su vida se toparon con una conversacíon semejante entre estudiantes de medicina y dijeron: “Mejor no ponerse enfermo…” Por mi parte, me quedé con sus caras y desde aquí afirmo que bajo ningún concepto dejaré que me pongan esas manazas encima por lo menos, por lo menos, hasta que se les pase el pavo. Aunque esté, más que enferma, podrida.
Posted by la_filologa :: 12:50 p. m. :: 3 Comments:

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